Recuerdo con mucho cariño cuando (hace ya más años de los que me gustaría) mi rutina diaria de todas las mañanas de sábado y domingo consistía en que, después de desayunar, cogía una servilleta y me sentaba en el sillón más cerca de la televisión. Me armaba con el mando del satélite y, hasta la hora de almorzar, me dedicaba a hacer zapping entre
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